martes, 4 de noviembre de 2008
Economía ficción a toque de Clarin: Argentina, el coloso que no fue
El PBI brasileño pasó de 162.000 millones de dólares en 1980 a 1.313.000 en 1987, un 710% más. De haber crecido al mismo ritmo, Argentina hubiera dado el salto de 209.000 a 1.692.000 millones. Tendría ahora la mitad del PBI de China o Alemania y sería la octava potencia mundial, justo por detrás de Italia y superando a España, Canadá, Brasil, Rusia e India.
El desempeño de la economía argentina en este periodo no admite paliativos ni análisis conciliadores: es sencillamente calamitoso. Ni aún queriendo se podría haber echo peor.
Gran parte de la responsabilidad la tiene el exceso de carga ideológica de la política argentina: en concreto, el desmedido celo por la redistribución de la riqueza, un fin noble como pocos, pero en ocasiones contraproducente. La experiencia dice que si se desliga de la productividad, el rasero del igualitarismo tiende a igualar a todos por debajo. Todos más iguales, sí, pero igual de pobres.
Chile y Brasil tienen una distribución de la renta más desigual que Argentina. Los pobres chilenos y brasileños están mucho más lejos de sus respectivos ricos que los argentinos. Pero una cosa es reducir la brecha entre el 10% más pobre y el 10% más rico y otra, hacerlo a costa de bajar la renta del 100% del país.
Nadie duda de las bondades de la redistribución de la riqueza, pero ese discurso bienintencionado en ocasiones se queda en la exaltación de lo obvio. A fin de cuentas, redistribuir la riqueza es relativamente fácil: basta un sistema impositivo progresivo que haga pagar más a quién más tiene. Lo realmente difícil, más que distribuir lo que ya hay, es crear riqueza donde no la hay. Ahí es donde se marcan las diferencias.
La experiencia de los últimos treinta años indica que el Estado, como empleador, fabricante y regulador asfixiante, pierde por goleada contra la iniciativa privada y el mercado libre con controles básicos, tal y como funciona en muchos países a los que les ha ido bien.
Si al 10% de argentinos más pobres se les diera a elegir entre ser un 710% más rico que hace treinta años o sólo un poco más pobres que la media de los pobres, no creo que tuviesen muchas dudas sobre qué elegir. Eso no es economía, es puro sentido común.
PBI.2007
USA 13.843.825
Japón 4.383.762
Alemania 3.322.147
China 3.250.827
Reino Unido 2.772.570
France 2.560.255
Italia 2.104.666
Argentina 1.692.000
España 1.438.959
Canada 1.432.140
Brasil 1.313.590
Rusia 1.289.582
India 1.098.945
domingo, 2 de noviembre de 2008
¿Veinte años no es nada? En 1980 el PBI de argentina era un 30% superior al de Brasil. Hoy, la quinta parte.
En el año 83 el PBI argentino era de 103.000 millones de dólares. El irlandés, cinco veces menor, apenas 20.000 millones. Veinticinco años después, son prácticamente idénticos: 259.000 millones.
A primera vista, puede parecer un espejismo, un efecto óptico o una prestidigitación estadística. Pero no lo es. Son datos fríos que ilustran cómo es perfectamente posible, con orden, seriedad y paciencia, pasar de ser el país más pobre de Europa a tener la quinta renta per cápita más alta del mundo. En los últimos treinta años, Irlanda creció un 674% frente al 139% argentino.
El caso chileno es calcado: en los últimos veinte años creció cinco veces más que argentina: 683%.
Para entender las razones del éxito basta con averiguar qué hicieron en común chilenos e irlandeses. Básicamente lo mismo: crear un marco estable que permitiera incentivar la iniciativa personal, fortalecer su competitividad internacional y atraer capitales extranjeros que sumasen a los propios en el esfuerzo inversor.
La base del “marco estable” del que gozaron tanto chilenos como irlandeses se basa en una inflación contenida, una deuda externa manejable y una búsqueda incansable de la excelencia educativa.
Las recetas aplicadas por ambos asombran por su accesibilidad, pues la disciplina fiscal y monetaria está al alcance de cualquier país soberano con voluntad política de aplicarlas.
La disciplina fiscal aplicada por irlandeses y chilenos consistió en gastar lo que se tenía o no endeudarse más de lo estrictamente razonable. En este aspecto es donde se aprecia una mayor diferencia con el caso argentino, pues la deuda externa ha sido históricamente su mayor lastre. La esencia del negocio bancario consiste en cobrar por disponer del dinero ajeno. La experiencia de los últimos treinta años indica que si un país recurre al crédito de forma crónica acaba pagando su prosperidad de hoy a costa de las deudas de mañana.
La disciplina monetaria de Chile e Irlanda obedece al enfoque tradicional y ortodoxo: las monedas valen lo que vale la riqueza del país que las sostiene. Por lo tanto, el tipo de cambio en realidad no cambia nada que no haya cambiado previamente en la riqueza del país. Si alterarlo fuera la razón del crecimiento, todos los países habrían tomado el atajo mágico del despegue económico con sólo cambiar su paridad.
Dejando de lado los casos chileno e irlandés, la comparación con el resto de las economías de la zona arroja resultados parecidos. Brasil, Méjico, Bolivia, Venezuela, Ecuador y Uruguay han crecido en los últimos treinta años a tasas muy superiores a las de Argentina: desde las cinco veces más de Uruguay a las veintinueve veces de Brasil. Llama la atención que en ese mismo periodo ni Bolivia, ni Ecuador, ni Venezuela hayan gozado de estabilidad política y sin embargo el desempeño de sus economías ha sido comparativamente muy superior.
Con la perspectiva que da el tiempo, y a la vista de unos datos tan llamativos, sería bueno suscitar un gran debate nacional que nos ayudara a comprender qué es lo que se ha hecho tan mal durante tanto tiempo. Sólo así podremos no repetir los mismos errores los siguientes treinta años.
viernes, 3 de octubre de 2008
Aerolíneas Argentinas: ¿quién le pone el cascabel al gato?
En Alemania y USA los grandes sindicatos son piezas fundamentales de la maquinaria económica. Actúan como contrapeso natural frente a las grandes corporaciones para evitar los excesos del liberalismo salvaje. El todopoderoso sindicato alemán IG Metall, que representa a 3,6 millones de trabajadores de la industria metalúrgica y el mítico UAW americano, United Auto Workers, son dos ejemplos conocidos. Pero su lógica, más allá de la entendible defensa de sus intereses de clase, está siempre impregnada de un pragmatismo tremendamente anglosajón: lo que es malo para la empresa es malo para todos.
El gremialismo del mundo asiático, por razones culturales, alcanza una identificación trabajador-empresa rayana a la sumisión y cuesta entenderlo desde nuestra óptica occidental. Aún así, ha contribuido a hacer de las relaciones laborales una balsa de aceite donde las huelgas son inexistentes y sus niveles de competitividad inalcanzables. En ambos casos, sin embargo, la carga política de los sindicatos –tradicionalmente de izquierdas- es un aspecto residual en la defensa cotidiana de sus intereses, que suelen ceñirse a aspectos puramente organizativos. Difícilmente se oye a sus dirigentes utilizar la terminología agresiva del marxismo incipiente del siglo XIX: los términos “clase trabajadora”, “capital”, “plan de lucha”, “boicot”, etc., son palabras que nos remontan a la segunda mitad del siglo XIX, pero que han llegado a nuestros días como eslóganes anacrónicos y oxidados.
En la cultura anglosajona el papel de los sindicatos es indiscutible. En los escandinavos, que tienen los niveles de desarrollo social más altos del mundo, es si cabe más fuerte. Pero viendo los casos de Alitalia y Aerolíneas Argentinas, la beligerancia extrema de los sindicatos nos ayuda a entender algunas cosas.
Cuando tuvo lugar la fusión de Air France con la holandesa KLM, dando lugar la primera compañía aérea europea y la tercera del mundo, KLM anuncio el despido de 4.500 trabajadores, el 13% de su plantilla, como consecuencia de los ajustes para crear sinergias y evitar redundancias. Y no pasó nada. La continuidad de la compañía lo exigía y fueron los propios sindicatos quienes aceptaron la dolorosa “automutilación” por el bien de todos.
Cuando poco después Air France-KLM comenzó a negociar para incorporar a Alitalia a su alianza, los sindicatos italianos bloquearon la compra. La razón era fácil de entender: se contemplaba la supresión del 40% de la plantilla de la aerolínea italiana, 7.000 puestos de trabajo. Hoy en día, tras agónicas inyecciones de dinero público, no el 40 si no el 100% de los trabajadores corren el riesgo de ver cómo la compañía desaparece.
Cuando comparamos los ratios de eficiencia de Aerolíneas Argentinas con Ryanair observamos cómo la aerolínea irlandesa movía los 6,5 millones de pasajeros con sólo 620 trabajadores, frente a los 8.000 que necesita Aerolíneas.
Por asombroso que parezca, entre Austral y Aerolíneas, en 2008 había 921 pilotos para volar los 26 aviones operativos de los que disponía la compañía. El doble de los 500 que había en 2001. Por su fuera poco, mientras un colega de LAN vuela 80 horas al mes, aquí vuela sólo 35, teniendo además la prebenda de tener que ser consultados para la reprogramación de vuelos.
Es obvio que Aerolíneas y Ryanair son dos modelos de gestión diferentes, pero las cifras son bastante esclarecedoras e indican una sobrecarga laboral llamativamente alta. Quien no lo entienda así podrá disertar hasta el aburrimiento sobre el modelo ideal de empresa, pública o privada, pero la realidad es tozuda y los números en ocasiones sacan los colores a quienes se empeñan en negar lo evidente.
Ahora bien, si hay que despedir a la mitad de la plantilla de Aerolíneas Argentinas, llega la pregunta del millón: ¿quién le pone el cascabel al gato?
Como suele ocurrir en estos casos, la respuesta es siempre la misma: el contribuyente.
Nadie puede negar la legitimidad de algunos reclamos sindicales, pero su falta de flexibilidad evidencia que anteponen sus intereses a la solución global del problema. Entre otras cosas porque los partidarios de la estatización saben, aunque no lo dicen en voz alta, que aunque la empresa pierda dinero, siempre está el Estado para tapar sus vergüenzas. Nadie duda la nobleza de su ideal, dotar al país de un sistema de transporte aéreo en condiciones. Lo que es más cuestionable es la condición que imponen: que ellos sean parte de la solución. Por esa misma regla de tres, los carniceros y taxistas del país podrían confederarse y al grito de “Todos somos taxistas y carniceros”, pedir al Congreso la estatización de panaderías y carnicerías y que el ubérrimo presupuesto nacional amamante a todo cristiano bien nacido.
Dedos largos
El día que robaron cien mil dólares de la Reserva Federal americana en un avión de United Airlines, la Policía Aeroportuaria detuvo a dos empleados, aunque el dinero nunca fue recuperado. La respuesta de los gremios fue inmediata: un paro que detuvo las actividades durante cinco horas y afecto a 5.000 pasajeros en Ezeiza, Aeroparque y Córdoba. ¿Hay relación entre una cosa y otra?, ¿No es esa una manifestación extrema de un corporativismo irracional?
Cuando Marsans señaló la agresividad de los gremios como el elemento que erosionó la empresa, se tomó la declaración como una excusa de mal pagador. Sin embargo, algo de razón había.
En el 2007 se registraron en Ezeiza 311 robos, un 70% más que el 2006. El reportaje de Telenoche, emitido por Canal 13 descubrió la existencia de una red de “aerochorros” que valiéndose de los scáneres de control, vaciaban sistemáticamente objetos de valor. La falta de mecanismos de control interno evidencia una situación terminal viciada por el aire enrarecido de una red de silencios cómplices cuasi mafiosa.
Aquellos que apuestan a una aerolínea de titularidad pública deberían considerar la experiencia de LAFSA, la empresa creada en 2003 que llegó a contar con 855 empleados y que nunca llego a volar, acumulando denuncias por fraude, sueldos desorbitados para cargos inoperantes y contrataciones irregulares. Un disparate de tal magnitud que debería servir como toque de atención sobre lo costoso que puede acabar siendo para el erario público este tipo de experimentos.
Puro capitalismo popular y autogestionario. Y mientras los sindicatos se atornillan en sus puestos de trabajo, Argentina sigue sin tener una aviación comercial moderna y competitive y volar sigue siendo un lujo.
La denostada Ryanair, con la sola ayuda de la municipalidad de Gerona, pasó de transportar 30.000 pasajeros en 2002 a 600.000 un año más tarde. ¿Tendría sentido que los poquitos trabajadores de la empresa, para defender a capa y espada sus puestos de trabajo, condicionasen el desarrollo no sólo de la ciudad, sino de la región entera, del país y de millones de viajeros?
Los gremios que manejan el problema están tomando como rehén a la sociedad entera. Con su retórica infinita no pueden ocultar su pésimo manejo del problema y comienza a resultar cansina, por reiterativa y falsa, la eterna acusación a gestiones anteriores: que si las privatizaciones de Menem, que si Iberia, Américan Airlines, Marsans, etc. Cuando en el futuro no quede más responsable que ellos mismos, ¿quiénes serán entonces los responsables?
Los amigos del “capitalismo popular” deberían tomar nota del éxito de la aerolínea irlandesa y empezar a considerar que, si bien los sindicatos pueden paralizar un país, al final es el propio país quién acaba pagando los platos rotos de su sinsentido.
Imagino la cara de incredulidad de muchos cuando lean anuncios como los que se vieron en internet:
“Ryanair venderá desde el martes un millón de billetes a un céntimo de euro”
¿No se lo cree? No es ninguna broma.
http://www.20minutos.es/noticia/353238/0/ryanair/vuelos/baratos/
El día en que los sindicatos de Aerolíneas sean capaces de conseguir con su gestión algo parecido, ese día en vez de cortarme las venas, me las dejo largas.
lunes, 22 de septiembre de 2008
Irak: dos billones con "b" de burro
- iiiiiooooooo.
lunes, 15 de septiembre de 2008
¿Talento argentino?
Argentina, como proyecto, está mucho peor de lo que nadie aquí se imagina. Y no es que lo diga yo, lo dicen los números. Veamos porqué.
Los países que no invierten en investigación acaban no teniendo qué producir o siendo meras filiales embaladoras de productos de terceros. Por cada dólar gastado en Investigación y Desarrollo, se recuperan 50 en la vida real.
En los años 50 Corea del Sur tenía una renta per cápita inferior a Mozambique. Hoy es uno de los países más prósperos e innovadores del mundo. Hicieron de la copia un arte y calcaron lo que plagiaba Japón, que luego desarrollaron con demostrada pericia. LG, Samsung, Hyunday, Kia… son prueba de ello. El número de patentes registradas por Corea en 2006 ascendió a 5.935.
Sus vecinos marxistas del norte obtuvieron sólo 4 patentes el año pasado. Para quien tenga dudas sobre la relación entre el gasto en I+D y la riqueza, basta con decirle que la renta per cápita de Corea del Norte es de 1.900 dólares/año y la del Sur, más de 22.000, la diferencia más grande a nivel mundial entre dos países fronterizos.
Y mucho. Sin que nadie lo perciba ni parezca preocuparse por ello, Argentina está mucho más próxima al caso norcoreano que al del hermano rico del sur. El número de patentes registradas por empresas y ciudadanos argentinos ese mismo año fue de 22, poco más que Estonia, (17), Bahamas (14), Kazajstán (13). Frente a las casi 6.000 de Corea.
CFK dijo, en su discurso de toma de posesión, que “quería poner a Argentina en el mundo”. Ya tiene por dónde empezar.
A más gasto en i+D, más riqueza. Estados Unidos encabeza el ranking de patentes a nivel mundial, 49.555. Alemania registró 16.929, Australia 2.139 e Israel, 1.725. Otros ejemplos más cercanos son Sudáfrica (349), Brasil (283) y México (136).
Solamente IBM obtuvo en el 2006, 3.621 patentes, 164 veces más que toda Argentina. Y harían falta 113 Argentinas juntas para igualar el número de patentes de Philips, 2.495.
Los países del Golfo Pérsico, por ejemplo, no gastan un peso en I+D y son “nominalmente” ricos, pero Israel, que no tiene petróleo, transforma su materia gris en oro negro. Con 135 científicos por 10.000 habitantes, gasta el 4.8% de su PBI en investigación. Argentina apenas el 0,4.
Para acabar de complicar las cosas, resulta que los resultados (patentes) no dependen tanto de cuánto se gasta sino de cómo se gasta. En EE.UU., Japón y China, el 80% del gasto en i+D corresponde al sector privado mientras que en Argentina la proporción es a la inversa: el 82% de la investigación es “estatal”. Los resultados están a la vista: 22 patentes por año.
¿Cuántas veces hemos oído a CFK hablar sobre la obviedad de que hay que incorporar “valor agregado” a la cadena de producción? En vez de proclamar discursos bienintencionados, sería mejor que se asesorara sobre las verdaderas razones del subdesarrollo. Esas que, por cotidianas, no suscitan ningún debate público y a nadie parecen preocuparle lo más mínimo.
Casi todo el mundo olvida que en el 99, hace nada, el 60% de los argentinos estaba por debajo del umbral de pobreza. ¿Por qué? Entre otras muchas cosas porque el Made in Germany es sinónimo de calidad, mientras que “Industria Argentina” se queda en un topónimo.
No hablo de nacionalismos. Hablo, con cierta pena, de datos. Y lo peor de todo es que, en el fondo, la propensión nacional a la exageración nos ha hecho creer que Argentina es una potencia mundial en satélites, radares e industria nuclear. Cosa que no es cierta, ni como diría el otro, ni mucho menos verdadera. Al número de patentes me remito. Una mancha no hace un tigre y no por tener un satélite o un radar hechos aquí se puede hablar de una ciencia argentina desarrollada.
No deja de ser triste que el país, somnoliento y narcotizado, esté más pendiente de si Tévez marcó o de cuando se sentará Florencia de la V en el diván de Rolón. Y mientras, la presidenta, tomando mate con las abuelas de la Plaza, respondiendo feliz a los chicos de CQC y vociferando ideitas tontas y obvias sobre la importancia del valor agregado.
22 patentes por año. Que alguien haga algo, por favor, y rápido.
sábado, 13 de septiembre de 2008
AA vs. Ryanair: mirarse al espejo
Cuando los problemas no se resuelven suele ser porque se opta por lo primero. Es lo que pasa con el tema de Aerolíneas Argentinas. Nadie, y se ha hablado y escrito del tema hasta la saciedad, ha tenido la feliz idea de sacar una calculadora y hacer números. ¿Y sabe por qué? Porque los números son sencillamente bochornosos. No hace falta ser ningún experto para darse cuenta de que Aerolíneas es, probablemente, una de las compañías aéreas peor gestionadas del mundo.
Vamos a comparar AA con Ryanair, una “low cost” irlandesa que con una agresiva política comercial, en veinte años se ha hecho un hueco entre las “majors” de la aviación civil. Es sólo una comparación. Si están de pie, hagan el favor de sentarse:
Ryanair___________________Aerolíneas Argentinas
137 aviones........................................30 aviones
4200 empleados................................8.000 empleados (2 veces más)
44.000.000 pasajeros......................6.500.000 pasajeros (6.7 veces menos)
Empleados por avión: 30.................266 (8 veces mas)
Pasajeros por empleado: 10.476.....812 (13 veces menos)
Viendo estos números, uno tiene embarazosa sensación de que a los largo de todos estos meses, nos han estado engañando. No me cabe la menor duda porque los números, como el espejo, nunca mienten.
Se ha escrito y se ha hablado mucho sobre el tema. Pero los datos han sido muy confusos, parciales y sesgados. Y todos cocinados para hacer creer a la opinión pública que la teoría del “vaciamiento” era cierta. Y aquí, por lo que se ve, más que hablar de desfalco hay que hablar de una gestión pésima, por no decir, sencillamente desastrosa.
Ryanair con la mitad de los trabajadores que Aerolíneas Argentinas (4200/8000) debería transportar la mitad de pasajeros, pero transporta no el doble, ni el triple, sino ¡siete veces más! O al revés: para transportar los 44 millones de pasajeros que vuelan en un año con Ryanair, AA necesitaría ¡53.000 empleados!
Aerolíneas tenía en septiembre del 2008, 30 aviones volando y 37 en tierra. Y más de 8.000 empleados cobrando a fin de mes, se vuele o no se vuele. Ryanair tiene 30 empleados por cada avión que vuela, mientras que Aerolíneas tiene ocho veces más, 266 empleados por avión. Cada empleado de Ryanair “transporta” 10.476 pasajeros, trece veces más que los 812 que transporta cada uno de aerolíneas.
El baile de números asusta por lo grotesco de sus proporciones. Ryan O´Leary, CEO de Ryanair, podría mover los 30 aviones de AA con solo 919 trabajadores (sobrarían 7.000) o transportar los 6.5 millones de pasajeros que vuelan con AA con solo 620 trabajadores, (sobrarían otros 7.000).
Las diferencias son tan abismales que es fácil entender que la clave está en el factor humano. Una compañía es la suma de miles de esfuerzos personales por esmerar la atención en el trabajo diario o la suma de toneladas de desidia y despropósito.
En ese campo, las comparaciones sacan los colores a cualquier responsable, pues van del cero al infinito. En el año 2003 Ryanair batió al resto de las compañías europeas (KLM, Iberia, Air France, Lufthansa, Bristish Airways) en puntualidad y numero de maletas perdidas por cada mil pasajeros. Un reciente informe de la Asociación Argentina de Derecho del Turismo (AADETUR) sobre la puntualidad de 90 compañías auditadas, indica que Aerolíneas ocupó el lugar 86, solamente por delante de Air Algéria, Royal Nepal y Sudan Airways. Casi el 30% de los vuelos de AA salen demorados.
Podemos seguir insistiendo en el instinto depredador de Iberia, SEPI y Marsans pero no parece que ni el sentido común ni los números respalden ese argumento.
El día en que las cajeras de Carrefour vuelen no se verá el sol
En Europa y EEUU volar en avión ha dejado de ser un lujo para convertirse en algo al alcance de cualquier bolsillo. Un trayecto de mil kilómetros en avión sale mucho más barato que en tren y mucho más que en autobús de línea. Los Flecha Bus, Chevalier y Vía Bariloche son dinosaurios que en la vieja Europa se extinguieron hace treinta años. Nadie que no sea masoquista o haya hecho una promesa se pasa 14 horas sentado en una fila de asientos de un bus viendo películas de Jackie Chang dobladas al mejicano. Porque el libre mercado, mal que les pese a muchos, funciona. Y muy bien, por cierto. Veamos por qué.
Una cajera del Carrefour de Neuquén gana 1300 pesos netos. Su colega española, 1300 euros, al cambio, 5850 pesos. Si las dos trabajan 40 horas semanales, 200 al mes, la de a.C. gana 6,5 pesos por hora trabajada. Si esa cajera quiere hacer un trayecto de mil kilómetros en Argentina, tendrá que pagar 300 pesos, frente a los135 pesos que le cuesta la misma distancia a la española. Para pagarse el viaje, la argentina tiene que trabajar 46 horas y volar en una única compañía que solo tiene dos frecuencias. La española se paga ese mismo viaje en 4,6 horas, la décima parte, y puede elegir infinidad de horarios entre dos compañías de bandera y cuatro o cinco "low cost". Eso si, no te dan ni el periódico, ni un sándwich y si te apuras, ni los buenos días. Pero viajas.
Viajar en Argentina sale proporcionalmente diez veces más caro que hacerlo en España, con la diferencia de que allí todas las compañías ganan dinero y ninguna recibe dinero público, mientras que aquí ocurre todo lo contrario. ¿Alguien en sus cabales le encuentra alguna ventaja a una única línea de bandera, atendida por 9.000 funcionarios indolentes?
Con unas AA públicas el Aeropuerto de Neuquén solo lo frecuentarán los petroleros, las Paris Hilton locales y los omnipresentes políticos que vayan a la capital a tratar de hacer de Argentina un país más federal. Y al que no le guste, sesión doble de Vía Bariloche.
Cuando la presidente Kirchner le echa la culpa del actual estado de la aviación a las privatizaciones de los 90 te das cuenta de que el problema nunca se va a solucionar. Es como querer combatir el SIDA con agua oxigenada. Es tal el error de percepción, es tan grande la confusión en la cabeza de los políticos, es tan grande la venda sobre los ojos, que resulta del todo inconcebible.
Si la desregulación del mercado aéreo hizo posible que las cajeras volaran, cuesta creer que aun quede gente que piense que nacionalizando AA se pueda solucionar el problema. Eso es matar moscas a cañonazos.
"Hay que encarar el tema con seriedad", dijo el ministro de Vido el día en que la Presidenta anuncio la reestatizacion de AA en la Casa Rosada.
El último, por favor, que apague la luz.