lunes, 22 de septiembre de 2008

Irak: dos billones con "b" de burro

La de Irak iba a ser una guerra rápida y barata. Y no resultó ni rápida ni barata, sino todo lo contrario, larga y demasiado cara.Joseph Stiglitz el economista sensato y Nóbel al que todo el mundo cita últimamente, ha calculado que el coste de la guerra es diez veces más alto que el cálculo oficial. Sumándole a los gastos en material militar, los intereses para financiarlos, los seguros y atención sanitaria a excombatientes, la cifra se dispara. Si se contabiliza también el impacto directo sobre el barril de petróleo en su economía doméstica, la factura del “party” asciende a la friolera de dos billones de dólares.Uno entiende lo que son 100 dólares, o mil, o si nos ponemos, un millón, que vienen siendo tres y poco millones de pesos. Pero 2.000.000.000.000 de dólares parece un camión de cargas pesadas del Discovery Chanel. Con los dólares ocurre lo mismo que con el vino: somos capaces de contar y recordar dos, tres, cinco y hasta siete vasos, pero a partir de ahí, nos da igual siete que setenta.Si el PBI argentino en el 2007 fue de 259.000 millones de dólares, dos billones es la renta que generan cuarenta millones de argentinos exportando soja, comprando autos, vendiendo tierras, comiendo asado y bebiendo Quilmes durante siete años y medio, día y noche.Con dos billones de dólares se podrían organizar 50 olimpiadas de Beijing (40.000 millones), o construir 5.000 megastadios del Nido, o comprarse 8.000 Jumbos 747, kilómetro cero. Eso si nos vamos de shopping y nos damos al desenfreno consumista. Si nos diera por la justicia social, por la caridad sin fronteras o por el simple sentido común, con dos billones se podría costear 10.000 veces el programa mundial de UNICEF de vacunación infantil o pagar veinte veces un programa de 10 años para escolarizar a todos los niños del mundo, segundo Objetivo del Milenio firmado por 187 naciones en la ONU en el año 2.000.Con dos billones de dólares se podría pagar el presupuesto de la FAO durante dos mil años, o dar de comer hasta reventar durante cuatro años a los 852 millones de personas que pasan hambre en el mundo. Dinero hay, lo que faltan son ganas. Ya dijo Quino, que no es Nóbel pero tiene tanto sentido común como Stiglitz, que una cosa es el hambre y otra la gastronomía.Iba a ser una guerra rápida y barata, y no lo fue. Al “error de cálculo”, hay que sumarle los 1.900 soldados caídos en combate, los 37.000 civiles muertos y a ésos los 14.000 marines y 120.000 irakíes heridos. La madre de un soldado o la viuda de un irakí de a pie si tuviera los dos billones los pagaría porque le devolvieran con vida a su hijo muerto, pero lamentablemente, a los muertos ni siquiera el Nóbel Stiglitz sabe si colocarlos en el activo o en el pasivo.Nunca un error de cálculo salió tan caro. Y hay errores de cálculo de dimensiones trágicamente planetarias, casi homéricas. Irak le ha salido a las arcas del tesoro americano el doble de cara que la guerra de Corea y un treinta por ciento más que la Apocalipsis de Vietnam, que duro doce años.Pero no todo son malas noticias para la Oficina del Presupuesto de EE.UU. Pueden respirar tranquilos porque la guerra de Irak ha salido más barata que la Segunda Guerra Mundial, que costó cinco billones de dólares, aunque de 1939 al 45 se liberó un continente entero, se peleó en el Pacífico desde San Francisco a Okinawa y se movilizaron dieciséis millones de soldados americanos.La guerra de Irak, mucho más que el colapso de Wall Street, pesará en las próximas elecciones norteamericanas. Dejando de lado números planetarios, con sólo los 204.000 millones gastados en armamento en lo que va de campaña, 46 millones de estadounidenses podrían tener el seguro médico del que carecen, podría haber 3.5 millones de maestros más o construir dos millones de viviendas para los sin techo.Los “cerebros” del plan, Wolfowitz, Cheney y Donald Rumsfeld, escribieron una de las páginas más tristes de la historia de la Humanidad, si es que aún puede escribirse con mayúscula. Ya que la justicia no se encargó de castigar sus fuertes vínculos con la industria armamentística, nos queda el consuelo de pensar que la Historia los pondrá en su sitio. El museo de Historia Natural de Washington haría bien en colocar réplicas de sus cabezas en los pasillos, adornadas con grandes orejas de burro. Los escolares que fueran de visita podrían tocar un botón rojo en su base y oír de sus prohombres un grito de sabiduría.
- iiiiiooooooo.

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