Los países del Golfo Pérsico nacieron sobre inmensas bolsas de petróleo y gas. Tras un diluvio de petrodólares que dura ya un siglo siguen siendo unas montañas de arena y un triste ejemplo de cómo la mala organización puede privar a millones de personas de sus derechos más íntimos y su bienestar más elemental. Un ejemplo lastimoso de cómo la torpeza humana es capaz de hundir en la miseria a países enteros. En pleno siglo XXI cuesta creer que exportando 10 millones de barriles por día, a 140 dólares el barril, la mayor parte de la población no tenga acceso a una urna ni a un yogurt como Dios manda.
Es un buen ejemplo para ayudarnos a entender que la verdadera riqueza de los países no son tanto sus recursos naturales sino la forma que tenemos de administrarlos. El caso de Argentina, sin llegar a esos extremos, es algo similar. Un país que cantó diez bingos seguidos de la tabla periódica de elementos de Mendeleyev y que sin embargo lleva doscientos años tropezando en su intento por encontrar la senda del crecimiento sostenido, sin conseguirlo. Un indómito y crecidísimo río de abundancia que, cada diez años, atraviesa el Iguazú por el que se desploma el país entero y pierde todo lo avanzado en la etapa anterior: un macabro juego de periodos de suma cero que ancla a la República del Empacho en su eterno punto de partida.
En los siguientes capítulos tratare de explicar alguna de las razones de esta historia inacabable, de esta espiral maldita que nos devuelve siempre a las fuentes del Nilo.
Este blog es mi forma particular de agradecer todo el afecto y el cariño que he recibido desde que llegue a la Patagonia. No encuentro otra manera mejor de hacerlo. A veces serán verdades incómodas, otras simples acotaciones de puro sentido común que cualquiera puede suscribir, pero en cualquier caso, son reflexiones nacidas de la pura observación, sin prejuicio alguno, como el que describe una planta o comenta los movimientos de un pájaro, sin maldad alguna ni ganas de meterle el dedo en el ojo a nadie.
Hablar de un país sin tener su ciudadanía te coarta a la hora de decir según qué cosas. Es como ir de invitado a casa ajena y criticar a la cocinera. Una actitud a medio camino entre la arrogancia y la mala educación. Yo lo haré, aún corriendo el riesgo de molestar a alguien, con la incómoda sensación del que hace un tracto rectal en hoyo ajeno. Me salva que un gallego, si quiere una segunda opinión, piensa que le han de meter dos dedos.
Horacio Casciari, un divertidísimo argentino que escribió un memorable libro sobre los argentinos en España, dice que "el extranjero es el que hace que te preguntes preguntas nuevas". Ojala tenga razón y este libro contribuya, aunque sea mínimamente, a que alguien se haga alguna pregunta nueva y de esa inquietud nazca una nueva flor que haga de Argentina un país un poco mejor. Nada más... y nada menos.
sábado, 13 de septiembre de 2008
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