Cuando uno lee y relee los argumentos entorno a la nacionalización de Aerolíneas Argentinas da la impresión de que el Muro de Berlín aún siguiera de pie. Pero la noche del jueves 9 de noviembre de 1989 no sólo cayó el Muro sino que también, con el, se desmoronó un sistema y una forma de organizarse que con el tiempo se demostró falsa, injusta, inhumana y esencialmente ineficaz. Desde aquel día nada volvió a ser igual y en ningún país del mundo volvió a darse el debate sobre si era mejor más o menos estado. Todo el mundo entendió que la iniciativa privada es abrumadoramente más creativa y fecunda si se la deja crecer en un marco regulado que evite los excesos del mercado libre, donde los más débiles sientan el calor del estado benefactor al mismo tiempo que los ciudadanos y sus empresas puedan dedicarse a hacer lo que saben: producir bienes y servicios, prestar un servicio social poniéndolos en el mercado a precios razonables y ganar dinero con ello. Y si es mucho, miel sobre hojuelas.
Los excesos del liberalismo se corrigen con un estado fuerte. Con eso basta. Los problemas surgen en los países dónde el estado es fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Ahí es donde las grandes empresas, si las dejan, empiezan a pisotear a los ciudadanos. El colapso del sistema socialista evidenció que cualquier servicio puede funcionar de forma muy eficiente si es debidamente regulado por los poderes públicos, que den entrada a la libre competencia y que garantiza un acceso universal a precios razonables. En Europa, ahí se acaba la discusión. No hay más. Quien quiera seguir discutiendo sobre eso, que monte un blog o que compre un espacio de en horario nocturno y sermonee con acento brasilero.
Argentina es el único país del mundo en el que aún se discute si es mejor la gestión pública que la privada. Y digo el único por que en China, Corea del Norte, Cuba y Venezuela, ese debate no existe por prescripción facultativa de sus dirigentes. Dejando de lado los -fab tour-, se hace difícil entender cómo es posible que Argentina pierda el tiempo con ese debate.
El caso del transporte aéreo es calcado al de la telefonía, el agua o las autopistas de peaje. En Europa, las compañías de gas, agua, autopistas, electricidad y telefonía se mueven en un marco legal estable y sin sobresaltos, invierten lo que tenga que invertir y garantizan un servicio universal. Lo que gana de más en las grandes urbes, por ley, tienen que compensarlo haciendo inversiones no ruinosas, pero sí menos rentables, en otras partes del país. Y lo hacen, felices y contentas, porque la suma no da cero, sino que prestando un servicio universal, se hinchan a ganar dinero alumbrando calles y cobrando por llamar por teléfono. Y cuando en vez de una compañía hay dos, o tres, el monopolio pasa a duopolio y éste a oligopolio y así se maten entre ellos para ver quién vuela a Londres más barato y quien cobra menos por alumbrar más.
Basta con una regulación mínima para que esas cuestiones dejen de ser tema de debate, a no ser que, como pasa aquí, se esté disfrazando el debate sobre los servicios públicos en un debate de ideologías. Entonces, la cosa se complica… hasta el infinito y la solución real al problema concreto nunca acaba de llegar.
En todo el debate sobre AA me sorprendió la reiteración de argumentos obvios. Se esgrimía, como razón de peso para que la compañía pasase a manos del estado, que el turismo representa el 13% del PBI y que los chaqueños y las chaqueñas tienen tanto derecho a volar como los demás. ¿Alguien en su sano juicio está en contra del turismo y es capaz de pisotear el derecho constitucional de los chaqueños a volar?
Con la nacionalización de AA, el país ha dado un paso de gigante. Lamentablemente, en dirección contraria. Jamás unas AA nacionalizadas serán eficientes. Sus cuentas sólo podrán maquillarse con millonarias inyecciones de subsidios en saco roto. Es cierto que todos los países subvencionan su aeronavegación, amparados en un fin social que nadie niega. Pero una cosa es ayudar a empresas eficientes a que lo sean más y otra obligar a 37 millones de argentinos a sostener una empresa que cobra 300 pesos por volar de Buenos Aires a Neuquén cuando ese trayecto en Europa cuesta solo 150.
Una AA del estado será la hermana gemela de las compañías ferroviarias. Ni siquiera será capaz de cumplir decentemente el fin social para la que se las subvenciona hasta el aburrimiento. Con la diferencia de que un tren no puede caer al vacío desde 10.000 metros. Miedo da solo pensarlo.
sábado, 13 de septiembre de 2008
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